Catherine L'Ecuyer
Cuando recibo la mirada contemplativa de mi bebe de tres meses, recuerdo lo que decía Chesterton: “Los sabios más profundos no han alcanzado nunca la gravedad que habita en los ojos de un bebé de tres meses. Es la gravedad de su asombro ante el Universo. En cada niño, todas las cosas del mundo son hechas de nuevo y el Universo se pone de nuevo a prueba. Cuando paseamos por la calle y vemos debajo de nosotros esas deliciosas cabezas, deberíamos recordar que dentro de cada una hay un Universo recién estrenado, como lo fue el séptimo día de la creación. En cada uno de esos orbes hay un sistema nuevo de estrellas, hierba nueva, ciudades nuevas, un mar nuevo....”
Los niños pequeños se asombran delante de cualquier realidad, por el mero hecho que “sea” y se sorprenden delante de cada una de las modalidades del “ser” o de las leyes naturales de nuestro mundo: una persona, un niño, una niña, una abuela, un señor que pasa en la calle, un bebe, una flor, un insecto, una piedra, la luna, una sombra, la gravedad, la luz, un sueño, etc.
Los niños se asombran porque no consideran el mundo como algo debido, sino que lo ven como un regalo. Este pensamiento metafísico, es propio de la persona que constata que las cosas son, pero podrían no haber sido. Somos, el mundo es, contingente. Si dejamos de existir, el mundo sigue… Sin embargo, participamos de algo más grande… el mecanismo natural del asombro es precisamente lo que nos permite trascender del cotidiano y llegar a ello. Ver lo extraordinario que se esconde en lo ordinario… Lo que nos lleva a una actitud de profunda humildad y agradecimiento.
¡Cuánto podemos aprender mirando a través de los ojos de nuestros hijos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario