17/4/12

La verdadera autoridad

Por Catherine L'Ecuyer

El Principito: ¿Y las estrellas os obedecen?
El Rey: Por supuesto –le dijo el rey-.  Obedecen al instante.  No tolero la indisciplina. (…)
El Principito: Quisiera ver una puesta de sol…  Dame el gusto… Ordena al sol que se ponga… (…)
El Rey: Tendrás tu puesta de sol.  Lo exigiré.  Pero esperaré, con mi ciencia de gobernante, que las condiciones sean favorables.
El Principito: ¿Y cuando esto sucederá?
El Rey: ¡Hem! ¡Hem! Le respondió el rey que consultó antes un grueso calendario - ¡hem! ¡hem! ¡será a las…  a las, será esta noche a las siete y cuarenta en punto!  Y verás como soy obedecido!” (El Principito)

El miedo al fracaso es una de las principales causas del conformismo. El conformista es mal perdedor. Prefiere no quejarse del estatus quo por miedo a perder la cara si no le hacen caso. Prefiere no exigir por miedo a encontrarse con un "no". En las sociedades conformistas, los jefes no tienen autoridad verdadera con sus empleados, tampoco tienen autoridad los padres con sus hijos, ni los clientes con sus proveedores, ni los ciudadanos con la clase política. Hay muchas quejas y murmuraciones, pero la gente no se manifiesta, y si está dispuesta a hacerlo es “cuando las condiciones serán favorables”. Es otra manera de decir: “no estoy dispuesto a perder la cara porque nunca van a cambiar las cosas; me manifestaré cuando vea que cambie el viento y que el entorno apoye mi punto de vista”. Cuando la mochila que llevamos está demasiado llena de cosas que no estamos dispuestos a perder (tiempo, prestigio, reputación, etc.), ¡quieto! En las sociedades conformistas, el punto de vista del entorno sólo cambia cuando cambia el que “manda”, o porque una corriente de opinión está públicamente normalizada. De ahí la importancia que se le da a la murmuración, actividad a la que se dedican los insatisfechos horas y horas, porque es la única manera de difundir un punto de vista distinto al que se lleva sin tener que perder la cara públicamente. En la sociedad conformista, la murmuración es  “la regla del juego” por excelencia y el "qué dirán" es clave, de ahí la importancia de mantener apariencias de "todo bien", dedicándole muchas horas al deporte de "hacer la pelota".

Karol Wojtyla decía que cuando las personas se adaptan a las exigencias de la comunidad sólo de forma superficial y cuando lo hacen únicamente para conseguir algunas ventajas inmediatas o para evitarse problemas, se producen pérdidas irremediables para la persona y para la comunidad. Y añade: De esta manera, la comunidad queda interrumpida o falsificada. Este estado de cosas sólo puede tener consecuencias negativas sobre el bien común, cuyo dinamismo brota de la verdadera participación.

Tener autoridad, no es “ganar” batallas. Tener autoridad es “mojarse”, dispuesto a llevarse un chaparrón, un buen chaparrón. Quien tiene mucho que perder lo tiene complicado. Tener autoridad es seguir batallando a pesar de que no estén favorables las condiciones. Seguir batallando contra la mediocridad y para la excelencia en culturas de inmovilismo nos da la autoridad que tanto echa en falta nuestra sociedad: la autoridad moral para el bien común.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece estupendo este "post". Gracias. Catherine! Soli