TEMAS
DE DEBATE
LA VANGUARDIA
2 de septiembre 2012
Juego y aprendizaje
Los niños de los últimos veinte años se
están perdiendo lo mejor del juego: descubrir el mundo, adentrarse en la
realidad. Son niños programados para un sinfín de actividades que les han
apartado del ocio de siempre, de la naturaleza, la soledad y el silencio. Un
ruido ensordecedor acalla sus preguntas, las estridentes pantallas interrumpen
el aprendizaje lento de todo lo maravilloso que hay que descubrir por primera
vez.
Niños que juegan: pequeños emprendedores
Ignasi de Bofarull
Numerosos estudios señalan que los niños (de entre 3 y 7
años) de las últimas décadas son menos activos y pasan mucho menos tiempo que
anteriores generaciones en espacios abiertos y en la naturaleza. Estos niños
desarrollan, a menudo, estilos de vida muy sedentarios ligados a un consumo
excesivo de televisión y videojuegos.
La investigación está demostrando que el juego no estructurado en
entornos naturales, o abiertos e inspiradores, aumenta la autoeficacia de los
niños entendida ésta como la consciencia de la propia capacidad/habilidad de
resolver problemas y de alcanzar objetivos. Una auto-eficacia que va a
dinamizar algunas funciones ejecutivas como: a) la capacidad de fijar metas; b)
de inhibir la respuesta y evitar la impulsividad; c) de focalizar la atención;
y d) de perseverar en la acción. La
total ausencia de juego libre en entornos naturales, o por lo menos en entornos
amplios y atractivos, podría suponer consecuencias en su desarrollo cognitivo,
en la maduración neuronal, es decir, en el despliegue del propio talento. La
investigación señala incluso que el juego en estos entornos reduce los síntomas
del déficit de atención en algunos niños. En general crece la sociabilidad y se
mejora, para poner un ejemplo, en asuntos tan vitales como respetar los turnos
del juego sin perder el control.
Además se ha constatado el hecho de que el exceso de
pantallas va ligado a menudo al consumo de alimentos muy calóricos. En España
se ha triplicado en los últimos treinta años el número de niños con sobrepeso (llegando
al 26,1%) u obesos (llegando al 19,1%). El niño que juega en entornos
abiertos/naturales gana en experiencias llenas de realidad y sobre todo despliega
actividad física. Por su parte el niño pasivo, cuando la sobrestimulación de
las pantallas desaparece, puede convertirse en un ser que anda entre el
aburrimiento y la ansiosa búsqueda
de nuevos estímulos externos reclamando mucha atención de los adultos. Existen
investigaciones que señalan que el exceso de exposición a las pantallas podría
suponer problemas de atención a partir de los 7 años.
El juego infantil es aprendizaje. John Dewey, Maria Montessori,
Jean Piaget, Lev Vigotsky, Jerome Bruner entre muchos otros expertos,
psicólogos y pedagogos señalan como el juego está detrás del desarrollo de las
funciones cognitivas, del lenguaje, de la maduración motora. Sin embargo parece
que muchos padres y algunas escuelas no se lo creen o por lo menos actúan como
si no se lo creyeran.
Los niños de estas edades quieren jugar para saberse
capaces, lograr que las cosas funcionen, construir artefactos que les hablen de
sus progresos: quieren resultados, logros (un ejemplo casi universal es que a
los niños les gusta construir cabañas en entornos naturales). Y esos logros son
motivadores y nacen de poner atención y esfuerzo en actividades a menudo
diseñadas por ellos mismos y en otras ocasiones sugeridas por cuidadores
(padres, maestros, monitores). Otros niños más pasivos intentan menos cosas pues tienen menos éxito en
sus iniciativas quizá por falta de confianza o de entrenamiento. A menudo
también por la baja calidad de sus funciones ejecutivas: son niños pasivos que
podrían decirse a sí mismos: “como nunca me sale nada bien mejor no lo intento”.
El filósofo y pedagogo José Antonio Marina relaciona las funciones ejecutivas
con un concepto global, La inteligencia
ejecutiva, título de su reciente libro. Da que pensar.
Para estos niños vencer cada reto es un nuevo juego con
agradables recompensas. Sin embargo los desafíos que plantean las pantallas,
sobre todo los videojuegos, son menos estimulantes y a menudo más solitarios.
Ante la consola las habilidades visomanuales, entre otras, pueden prosperan, y
existen destacables videojuegos educativos: pero son la solución de un momento. Lo que el mismo niño quiere, desea, elige, si le dan la
oportunidad, es el juego libre, a veces dirigido, en entornos abiertos. Allí
focalizan sus intereses y descubren aspectos ante los cuales quedan prendados,
asombrados. Tal como señala Catherine L’Ecuyer en su libro Educar en el Asombro: “El asombro tiene un papel clave en el aprendizaje
del niño”.
Para los niños la belleza, el silencio,
la aventura desencadenan torrentes de intereses y preguntas que están ausentes
ante una pantalla que sobrestimula sin invitar a la acción y a la pregunta. En
un tono más ensayístico y metafórico se podría decir que, antes de que las
pantallas les hagan enmudecer, muchos niños, si juegan de verdad, son pequeños
emprendedores llenos de curiosidad e ideas.
Aprender desde el asombro
Catherine L’Ecuyer
¿El
aprendizaje se inicia desde dentro de la persona, o desde fuera? Platón decía
que el asombro era el principio de la filosofía. La constatación de que algo es, mientras podría no ser. Tomás de Aquino hablaba del asombro como “el deseo para el
conocimiento” y Chesterton decía que “del asombro parte la llama que ilumina
los cuentos de hadas”.
Por otro lado, Dan Siegel, neurocientífico americano, afirma
que existe algo más allá de la organización neurológica, una realidad
intangible que actúa como motor de la persona. Según él, estaríamos a la
expectativa del entorno, pero no completamente dependientes de ello. Y si es
así, entendemos perfectamente el mecanismo por el que los niños que juegan
aprenden más fácilmente que los que están entretenidos desde fuera hacia dentro.
Cuando se plantea el aprendizaje desde fuera hacía dentro, llenando
la agenda de un sinfin de actividades estructuradas, los estímulos lo hacen
todo por el niño porque sustituyen al asombro. El niño se acostumbra a niveles
de estímulos cada vez más altos, por lo que su entorno cotidiano finalmente les
aburre.
Esfuerzo y disciplina deben ir delante del caos controlado
del juego libre, a través del cual la persona aprende desde la invención y el
descubrimiento. El juego libre se caracteriza por el silencio que permite la
reflexión y la concentración, imprescindible para la asimilación de los
aprendizajes. El ruido continuo de las pantallas impide a nuestros hijos saborear
la fibra misma de la vida y asombrarse por su belleza intrínseca, menos ruidosa
pero no por ello menos importante.
Así que cuando nuestros hijos se encuentran en la
naturaleza, primera ventana de asombro de la infancia, y se sorprenden por el
mero hecho de que la luna exista, ¡es que están filosofando! Es posible que lo
veamos como una pérdida de tiempo, en el mundo frenético y utilitarista en el
que estamos inmersos. Pero este asombro por lo que les rodea, es lo que les llevará
a ser ingeniosos, creativos. Desde el asombro, mirarán al cielo buscando
explicación por la desaparición del humo que sale de las chimeneas, acercarán
las hojas a las pinzas de la tijereta para ver si se hace con ella y en la
playa empezarán a inventarse tesoros por excavar. Todas estas preguntas y
aventuras que parten del asombro de nuestros pequeños filósofos, si encuentran
un entorno fértil en el juego libre, son el preámbulo de una reflexión todavía
más profunda sobre los misterios y las leyes de nuestro mundo.
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